sábado, setiembre 24, 2005


28.
- Droguerto odiaba a ese caracol -empieza Mario.
Miguel se vuelve a sentar. Los efectos de la marihuana siempre hacen que a Miguel le den ataques de risa, pero esta vez no hace más que sentarse y escuchar con atención lo que va a decir Mario.
- Habla de una vez, mierda.
- Ella amaba a su caracol, era lo más que amaba en el mundo después de Droguerto. De verdad, yo no la conocí, aunque una vez Droguerto me la señaló en un supermercado. La cosa es que él vivió en la casa de ella en alguna época. Con su familia y todo eso. Yo no lo entiendo bien, pero es lo que él me ha contado. Pues en su casa también vivía este caracol. Dice que ella a veces lo abrazaba y le decía cosas como: “mi caracol favorito”, o “mi caracolito”. En fin, un buen día, uno de ésos días, o una de ésas noches, a Droguerto se le corrió acabar con él y lo hizo de la manera más cruel que existe...
- Lo pisó.
- No. Eso también habría sido cruel, pero... bueno, la cuestión es que no lo hizo. En lugar de eso prefirió hacer...
- ¿Qué?
- Déjame terminar. Resulta que en la cocina de Lucía había un pote lleno de sal. Ya sabes, de vidrio, de tapa roja, en fin...
- ¿Sal?
- Sí, y a los caracoles les quema la sal, ¿entiendes? Lo cogió del caparazón y lo metió allí. Apenas lo hizo empezó a quemarse y salió un montón de espuma verde, fue horrible. Cuando llegó la mamá de Lucía sólo encontró su caparazón y un montón de vísceras descompuestas. No quedó ni una sola antenita.
- Qué cruel.
- Sí, y después de eso Droguerto tuvo que irse para siempre de aquella casa. Y eso que Lucía y Droguerto tiraban cuando les daba la gana. Fue horrible para Droguerto, pero después de eso pasaron un par de meses y Droguerto volvió a ser el mismo Droguerto de siempre.